Cuando el uso obsesivo del celular genera relaciones conflictivas

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Cuáles son los motivos por los cuáles una madre o padre usa el celular cuando está con su hijo? ¿Cómo responde su hijo a esta situación? ¿De qué manera la relación entre ambos se ve afectada? ¿Por qué los adolescentes prefieren estar en redes sociales donde no están presentes sus padres?
El uso del celular o algún dispositivo tecnológico en cualquier ámbito está más que naturalizado. Sin embargo, la utilización puede generar no sólo problemas a la hora de relacionarse con otros sino también una conducta adictiva. Poco a poco el tema comienza a ponerse en agenda aunque todavía de manera lenta. Cuesta ver como fuera de lo común algo que está naturalizado.
Semanas atrás, agentes del Centro Monoclínico Manantial de Asistencia y Rehabilitación recorrieron algunos lugares de Posadas en busca de información sobre la percepción que se tiene sobre las cosas que son objeto de mayor consumo. Allí, además de hablar de drogas lícitas e ilícitas, se indagó de forma anónima en el uso de redes y dispositivos tecnológicos.
“Mucha gente no lo considera un problema, con lo cual es muy difícil evaluarlo. El uso para trabajo y el uso de forma inadecuada de las redes sociales es muy finito, con lo cual estamos viendo otras encuestas a nivel internacional para ver los cálculos y mediciones que se hacen para plantear un rango y decir ‘hasta acá se puede considerar uso adecuado y de acá en más se puede pensar la posibilidad de que es un uso inadecuado’”, consideró en diálogo con El Territorio Gustavo Marín, director de Prevención de Adicciones.
“Dentro de esa encuesta informal la idea era ver si había utilización de medios sociales y qué medio utilizan más las personas. En eso obviamente los más jóvenes, los adolescentes, usan medios que después de los 30 años ya no los estamos usando los adultos. Los adolescentes usan Snapchat y eventualmente Instagram y casi no entran a Facebook”, surgió entre los datos recabados.
De su lado, la psicopedagoga y máster en Prevención y Asistencia a las Drogodependencias, Corina Dusset, señaló que el uso excesivo “es una conducta que si se pierde el control puede generar una patología adictiva o tecnoadicción. Pero no hay sociedad de consumo que esté libre de una patología adictiva. Todas las conductas adictivas disminuyen la capacidad de tener un proyecto de vida o interactuar con otros. Hacernos más humanos. Pero un profesional avezado se va preocupar por qué aparece el uso de la tecnología como adicción. Ya que aflora el aislamiento, la idea de ser exitista y hacerse conocido en las redes, eso nos está diciendo algo. El problema de nuestra cultura es que hemos corrido los límites hasta dejar que alguien se muera y filmarlo”.

Alienados

En una investigación del 2019 de la Universidad Siglo 21 se reflejó que la mayoría de las personas pasó por la situación en que algún integrante de una charla deja de prestar atención para chequear notificaciones en su teléfono. Hoy eso tiene nombre: phubbing, una dinámica que, según datos del estudio sobre tecnoadicción de esta universidad, afecta a un 57% de los argentinos.
Estos procesos a veces son conscientes, otras veces son automáticos. Así, una encuesta publicada en La Nación detectó que más del 20% de las personas tiene un nivel de obsesión tan alto con el celular que creen que el aparato vibró y cuando lo chequean se dan cuenta que fue una ilusión. El uso compulsivo de la tecnología atraviesa todos los rangos etarios y no distingue profesión u oficio. Entre los que más utilizan tecnología en forma compulsiva están los estudiantes (54%), seguidos por quienes poseen una empresa (35,7%), comerciantes (28%) y amas de casa (17%).

Relación conflictiva

Uno de los lugares donde aflora este tipo de situaciones es en la relación entre padres e hijos, que puede tornarse conflictiva.
“El mero hecho de que ambas generaciones -padres e hijos- estemos en las redes sociales es bastante incomodo para nosotros que queremos hablar con libertad. Por eso vamos huyendo de una red a otra, primero se comenzó con el Facebook, después Twitter e Instagram y así vamos escapando de los adultos que a veces tratan de ser papás más cancheros”, consideró por su lado Matías Rovira, presidente de la Junta Provincial de Estudiantes Secundarios (Jupes).
Aunque no es la regla en todos, destacó que “por lo general los que tenemos a nuestros padres en las redes lo primero que hacemos es ocultar las publicaciones y las historias, ya que eso nos da un poco más de privacidad para compartir cosas y pensamientos con nuestros amigos. Ahora que se usa bastante Snapchat y Telegram uno puede usar los chats y después no quedan pruebas, porque eso pasa con Snapchat, uno habla y una vez que sale del chat desaparece la conversación”.
En esa línea, Dusset plasmó que actualmente jóvenes y adultos tienen una “oferta cultural y de consumo que es prácticamente la misma. Esto de ser amigo del hijo quedó muy instalado en los padres y los hijos no quieren que sus padres sean amigos, quieren que los comprendan, quieren límites claros para ambos, saber qué espacios compartir y cuáles no. Y los padres por querer ser amigos de los hijos van atravesando barreras y los chicos se van replegando o buscando otros espacios, que es lo natural”.
“El hijo necesita alguien que quiera ser padre y el padre alguien que quiera ser hijo porque sino esa línea generacional queda trunca”, agregó la especialista.
En este punto sugirió: “Es más sano tomar un tereré juntos, mirar una película y comentarla. Es decir, encontrarse en lo real ya que una cosa es la invasión y otra es el acompañamiento. Pero el padre tiene toda la autoridad para intervenir en las redes en la medida que el chico muestre señales que algo no anda bien”.

En cifras

20%

Es el porcentaje de personas que tienen un nivel de obsesión tan alto con el celular que creen que el aparato vibró cuando en realidad fue una ilusión

Fuente el territorio