Día Internacional de la Mujer Rural, alma de la chacra misionera

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Marly Sinhori tiene 54 años y todos los viernes llega con su marido al centro de esta ciudad para vender los productos de su chacra y de su huerta.  Desde hace varios años, se instalan frente al hospital local y venden a los vecinos del barrio, a los empleados del nosocomio, a los médicos y a los docentes de la Escuela Especial N°30.Llegan muy temprano con una camioneta y comienzan a atender los pedidos de sus clientes y a conversar con ellos.

Marly vive en Picada Payeska, a 34 kilómetros del núcleo urbano de San Vicente. Contó a PRIMERA EDICIÓN que toda su vida la pasó en la chacra y está sujeta a la producción de alimentos. “Me crié en la chacra y después de que me case fuimos a vivir en otra chacra y formamos una familia”, precisó.

Resaltó lo difícil que es la vida de una mujer en el ámbito rural: “Es muy sufrida y no siempre es reconocida por la sociedad.Nosotras tenemos que hacer las cosas de la casa, criar a nuestros hijos y hacer los trabajos con el marido en el rozado, plantar, cosechar y vender. Es un trabajo diario y no tenemos descanso ni tampoco horarios libres”, graficó.

Agregó al respecto que el trabajo duro afecta la salud, principalmente a las mujeres, que “llegamos a una edad y tenemos miles de problemas, eso lo sentimos y lo padecemos. Cuando uno llega a cierta edad recién se da cuenta del trabajo pesado de cuando era joven y de que el esfuerzo que uno hizo le dañó la salud. El hombre también sufre el esfuerzo de trabajar pesado, pero es la única forma que tenemos y sabemos hacer las cosas”.

Durante muchos años, Marly y su esposo se dedicaron a la plantación de tabaco, pero desde hace alrededor de una década lo dejaron para dedicarse a la producción hortícola. “Hace muchos años que estamos vendiendo en este lugar y nos va bien. Dejamos de plantar tabaco y nos arreglamos con lo que hacemos con la huerta y frutas que cosechamos de nuestras plantaciones. Nos alcanza para vivir. No es más liviano que plantar tabaco, pero es más sano”, justificó.

 

Doble trabajo

“UNA GRAN COSA”. Lili Frank concurre todos los miércoles a la Feria Franca de San Vicente, casi su único momento para socializar.

Lili Frank (54) es una de las productoras que todos los miércoles concurre con sus frutas, hortalizas y otros alimentos a la Feria Franca de San Vicente. Vive con su familia a unos cuatro kilómetros del centro de la ciudad, en la Picada Yerbal.

La colona describió a este Diario cómo es para ella el día a día de una mujer en la chacra: “Es levantarse a las cuatro o cuatro y media de la mañana, tomar el mate con el marido y después salir a hacer las cosas. No hay día ni estado del tiempo, sea cual fuera, hay que atender a los animales, después ir al rozado a hacer las labores junto y a la par del marido”.

“La vida de una mujer en la chacra es muy dura, tiene que trabajar a la par del marido, pero aparte de eso es la encargada de hacer las comidas, lavar la ropa, la casa y criar a los hijos. Es muy sufrida la ama de casa en la chacra, no tiene todo el día para atender la casa y los hijos como por ahí tienen las señoras del pueblo”, agregó, recordando que “nosotros llevábamos a los niños chiquitos al rozado, los poníamos en un corralito de madera en una sombra y los cuidábamos mientras hacíamos los trabajos”.

Cuando Frank se casó no vivían en la chacra, pero su marido tenía ese sueño y lo concretaron. “Yo lo acompañé porque así tenía que ser y era nuestro futuro y el de nuestros hijos. Los primeros años fueron muy duros para la familia, nosotros plantábamos tabaco porque era lo más rápido para tener ingresos y éramos los dos solos para hacer todo”, admitió.

Para Lili Frank, la Feria Franca le permitió relacionarse con otras mujeres y fue la manera de recuperar una vida social: “La Feria Franca es una gran cosa para la familia y para la mujer en particular. Yo acá me sociabilicé con otras mujeres y otras familias. No es sólo un ingreso económico para la familia, es más que eso. Yo me pasaba meses sin salir de la chacra, porque no tenía motivos para salir. El que salía a hacer las cosas era mi marido. Desde que comenzamos a vender en la Feria, hace más de veinte años, mi vida cambió: hice amigas, me relacioné con otras mujeres y compartimos todos los miércoles una amistad”.

“Para mi vida, la Feria fue muy importante y para la familia también. Ahora salimos juntos, venimos a vender, también nos visitamos con otras familias e intercambiamos conocimientos. También, mediante el trabajo de mi marido de hacer herramientas, conocimos a otra gente de otras partes y de otros países”, se congratuló.

 

“Una labor invisible”

El 15 de octubre fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como Día Internacional de las Mujeres Rurales con el objetivo de reconocer y visibilizar “la inestimable contribución de las mujeres rurales al desarrollo”.

Según la ONU, las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola“Garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático”, pero contradictoriamente “sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y, pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento”.

En ese marco, desde Naciones Unidas lamentan “las barreras estructurales y las normas sociales discriminatorias” que “continúan limitando el poder de las mujeres rurales en la participación política dentro de sus comunidades y hogares. Su labor es invisible y no remunerada, a pesar de que las tareas aumentan y se endurecen”. Para reflexionar.